Miré los muros de la patria mía,..
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte
que no fuese recuerdo de la muerte
Francisco de Quevedo.
Entre las advocaciones de los humilladeros destacan las cristológicas y las dedicadas a la Cruz. La función de estos pequeños templos, situados en los caminos de entrada de las poblaciones o en las salidas de éstos a los campos de cultivo, ponen de manifiesto una religiosidad ya perdida. En estos espacios el hombre simplemente se arrodillada frente a las pequeñas ventanas limosneras a rezar una breve oración o a santiguarse, expresando así su devoción, pidiendo la protección diaria, o encomendándose al iniciar el camino.
La perdida de la ritualidad popular, la desaparición de las cofradías y el abandono del mundo rural hacen que estos templos desaparezcan. Curiosamente este humilladero de la localidad de Aldeavieja, está bajo la advocación del Cristo de la Agonía; larga y lenta parece que ha sido la agonía de esta construcción que nosotros ya hemos conocido muerta.
Desde el punto de vista arqueológico y antropológico, es interesante ver como la desaparición de estos templos no conlleva la pérdida de su espacio sagrado o de su recuerdo. Caen los templos, pero el espacio se mantiene sacralizado por los cruceros.
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